"Narcocorrido": espejo y molde — historia, usos y ética de escucha


Resumen: Del romance medieval al narcocorrido, el corrido mexicano ha sido crónica, identidad y disputa cultural. No se trata de censurar, sino de educar el oído para elegir qué historias dejamos vivir en la memoria.


Orígenes: del romance medieval al corrido mestizo

El linaje es claro: de los romances medievales (siglos XIII–XV) hereda la narración en verso y la vocación de crónica; de la tradición oral toma el andar de boca en boca, esa velocidad preinternet con la que una historia se instalaba en plazas, ferias y fogones. Al tocar suelo americano, el corrido mestiza acentos y ritmos, y en México encuentra músculo: se vuelve periódico cantado, noticiero del llano y del barrio, registro de injusticias, hazañas y despojos. La letra no pide permiso: dice lo que pasa, aun si a los poderosos no les conviene que se cante.

Revolución Mexicana: periódico cantado

Durante la Revolución Mexicana (1910–1920), el corrido crece como si lo hubieran abonado con pólvora. Hace de todo: informa, convoca, legitima. Los versos sobre Pancho Villa no sólo enumeran proezas; ofrecen brújula a quienes buscaban causa y pertenencia. El corrido, ahí, funciona como cemento social: pega biografías sueltas en una historia común y pone ritmo a la dignidad.

Narcocorrido: glamour, violencia y mercado

Décadas después, entre los setenta y ochenta, aparece el narcocorrido. La forma permanece —relato directo, estribillo pegajoso, guitarras y bajo sexto—, pero el tema gira hacia economías ilícitas, lujo exprés, traiciones y violencia. Piezas como “Contrabando y Traición” no aterrizan en el vacío: dialogan con realidades fronterizas, mercados ilegales y la ética movediza de la supervivencia. El éxito, además, trae su propia inercia: cuando la épica vende, la complejidad suele quedarse en la puerta, mirando desde afuera con cara de “yo también quería pasar”.

¿Reflejo o fábrica de realidad?

Y aquí está el nudo. ¿El narcocorrido refleja o fabrica realidad? Un poco de ambas. Como documento, muchas letras radiografían desigualdad, corrupción y la economía de la sangre. Pero, sin alfabetización crítica, el espectáculo se vuelve manual de anestesia: lo que debería sacudirnos termina por normalizarnos. ¿Solución fácil? Censurar. ¿Solución que de veras sirve? Educar el oído: preguntar quién se beneficia con cada narrativa, qué se oculta cuando la tragedia se baila, y cómo operan factores transnacionales —desde el consumo en EE. UU. hasta el flujo de armas que alimenta la balacera—. Spoiler: la violencia no nace de una playlist, pero las playlists sí pueden enseñarnos a pensar (o a dejar de hacerlo).

Cierre: afinar el oído

Al final, el corrido es espejo y molde. Puede celebrar la dignidad popular y la justicia; también puede convertir la impunidad en adrenalina con coro. La tarea no es taparnos los oídos ni jugar al policía del gusto. La tarea es afinar: traer historia, contexto y ética al momento de escuchar. Así elegimos qué historias dejamos vivir en la memoria y cuáles invitamos a salir con cortesía.

Lo que cantamos también educa. Hagamos del corrido una escuela de conciencia, no un manual de normalización de la violencia.

Preguntas frecuentes

¿El corrido es mexicano por origen o por uso?

Por uso. Su raíz literaria enlaza con los romances medievales, pero en México el corrido se volvió herramienta, espejo y grito: crónica popular con identidad propia.

¿El narcocorrido incita la violencia?

Refleja y a veces normaliza contextos violentos. Más que censura, se propone educación crítica del oído: contexto histórico, preguntas por los intereses y lectura ética.

¿Qué buena práctica de escucha recomiendas?

Preguntar quién gana con esta narrativa, qué oculta el espectáculo y qué vínculos transnacionales la sostienen (consumo, armas, corrupción).

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