Cuando el soldado no se levanta: no es tu culpa, pero sí tu señal


¿Y si no se te para porque estás triste?


La disfunción eréctil no siempre tiene que ver con el nepe. A veces tiene que ver con la infancia. Con un duelo no vivido. Con una relación que te aplastó el pecho. Con ese miedo que nunca dijiste en voz alta porque “los hombres no lloran”. 


"Spoiler: lloran, se quiebran y a veces lo único que lo grita es su nepe, que se niega a seguir fingiendo".


Podemos hablar de diabetes, colesterol, testosterona o pastillas que te apagan más que el SAT. Y sí, claro, la ciencia ahí está. Pero hay otra parte que no sale en los análisis de sangre: la ansiedad de no poder cumplir expectativas, la presión de tener que “dar la talla”, el fantasma del nopor, la ex que te dejó con más dudas que orgasmos, el trabajo que te consume, el insomnio que te arrastra.




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Más allá del placer


¿Sabías que muchos hombres no pueden sostener una erección, no por enfermedad, sino por la carga emocional que nadie les enseñó a procesar? Ser hombre no es sinónimo de potencia eterna. A veces hay que sentarse con el niño herido que habita en su pecho antes de pedirle que funcione como un toro en la cama.


Hay un vínculo entre la función eréctil y la capacidad de sentir. La verdadera dureza no está en la erección sino en la represión emocional que la precede. Cuando un hombre se permite sentir, cuando conecta con su cuerpo sin exigencias, a veces el problema desaparece. No por arte de magia, sino por arte de honestidad.


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La próxima vez que “no se pare”, en vez de correr a la farmacia, tal vez haya que correr hacia uno mismo.


¿Y si tu cuerpo no está roto, sino gritando algo que no te atreves a oír?

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