La frase “Y si no me acuerdo, no pasó” plantea una tensión radical entre la realidad de los hechos y la conciencia que los registra.
Aunque parezca una canción pop ligera, “No Me Acuerdo” de Thalía (con Natti Natasha) abre la puerta a un análisis filosófico, ético y hasta fenomenológico muy jugoso. Vamos a desmenuzarlo juntos, como si estuviéramos en una clase de Ética y Estética del Deseo.
1. El “no me acuerdo” como estrategia ontológica
La frase “Y si no me acuerdo, no pasó” plantea una tensión radical entre la realidad de los hechos y la conciencia que los registra. Esto nos conecta con la fenomenología husserliana: lo que aparece a la conciencia es lo que es. Si el sujeto no recuerda (o decide no recordar), ¿queda el hecho suspendido en una especie de limbo ontológico? ¿Puede una acción no existir por el simple hecho de no evocarse?
También podríamos meter a Nietzsche en la conversación: ¿qué pasa si la memoria se convierte en una prisión moral, una carga que el superhombre debería superar para seguir fluyendo?
2. La memoria selectiva como defensa ética
El sujeto que canta niega su propia responsabilidad apelando al olvido. Esto remite a una especie de amnistía emocional que muchas personas adoptan para justificar actos cuestionables. Pero… ¿es ético actuar y luego refugiarse en el “no me acuerdo”?
Aquí Kant levantaría la ceja. Porque lo que está en juego no es si lo recordamos o no, sino si el acto en sí respeta la autonomía y dignidad del otro. En términos kantianos: el “no me acuerdo” no exonera la falta, porque la ética se basa en principios universales, no en recuerdos individuales.
3. Conciencia, culpa y construcción de la verdad
La canción revela una verdad incómoda: la ética moderna muchas veces se diluye en la subjetividad. Si no hay acuerdo (como dice otra línea: “y sin un acuerdo, no pasó”), entonces no hay verdad. Esto nos remite a la ética posmoderna, donde los consensos construyen realidades. Pero… ¿puede la verdad depender de un pacto de silencio?
Foucault y su análisis del poder dirían que sí: lo que se dice o se niega configura el régimen de verdad. Entonces, en este juego, la negación del recuerdo se vuelve un acto de poder simbólico, una forma de controlar el relato y, por tanto, el juicio social.
4. Infidelidad y ética relacional
Al final, lo que queda en evidencia es que la canción es un campo de batalla ético: la conciencia individual vs. la responsabilidad afectiva. ¿Hasta qué punto podemos excusarnos con el olvido? ¿Es el recuerdo un criterio válido de inocencia?
Aquí entra el enfoque de la ética del cuidado (Carol Gilligan, por ejemplo), que recuerda que nuestras acciones tienen consecuencias en los vínculos. No basta con “no acordarse”, porque el otro sí existe, y sí siente.
En conclusión:
- El “no me acuerdo” como bandera no borra lo vivido, solo lo disfraza.
- La conciencia puede mentirse, pero el cuerpo del otro recuerda.
- Y la ética… no es un karaoke: no basta con cantar fuerte para tener la razón.
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